La desnudez

No sé en qué momento se me dio por pensar en la desnudez. Mejor dicho, en las esculturas. Creo que fue mientras caminando, al pasar delante de un circo. El Cirque d’hiver, no muy lejos de la Place de la République. Fue ahí, pasando por la entrada del circo, en la que se pueden apreciar dos caballos que cargan con dos personas que de seguro algo hicieron en la historia. O quizás no, ¿quién sabe?

La cuestión es que al pasar por ahí, por debajo, mejor dicho, pude apreciar el tamaño inmenso del aparato reproductor de los dos sementales. Dos bolas inmensas en un bronce cansado color verde opaco acompañan el miembro de cada caballo; un miembro de un tamaño importante. Al pasar por debajo de esos dos animales a paso rápido por miedo de que una de esas cuatro pelotas de metal caiga encima mío, pensé en cómo se habrán sentido los o las artitas al momento de concebir dicha parte de la estatua.

Porque en este caso se trata de dos caballos, pero luego se me dio por pensar en otras estatuas y esculturas en las que hay penes, senos y gluteos. ¿Se excitaron en ese momento? ¿pensaron en lo erótico de darle forma a esa parte púdico para unos, impúdica para otros? ¿se tocaron antes, durante o después de haberle dado forma a ese glande, a esa vagina, a esos pechos perfectos y duros? ¿se corrieron? ¿soñaron con esas partes? ¿se obstinaron a darle el tamaño justo, ni muy muy, ni tan tan?

Lo cierto es que no encontré respuesta convincente y coherente a estas preguntas inútiles y completamente absurdas. Caminé unas buenas cuadras y no encontré ninguna respuesta. Tampoco conozco escultores o escultores para que me den su opinión. Por eso decido cerrar esta entrada acá. Y que todo quede como una anécdota de una caminata por el distrito 11 de París, como una de esas charlas de ascensor que luego se olvidan rápido.

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