Un paseo

No recuerdo si me había perdido o si me había encontrado. Lo cierto es que cada vez que intentaba recordar dónde iba terminaba en ese pasaje. Era llamativo porque cada vez que desembocaba allí, no había nadie. La prueba está en la foto. Aunque lo más llamativo eran las calles perpendiculares ya que eran de las más transitadas de la capital. Sin embargo en el pasaje no había nadie, como si ahí se escondiese algún secreto o estuviese prohibido transitarlo.

Ahora si recuerdo a dónde iba. Tenía que encontrarme con un amigo al cual no veía hacía años. Recuerdo, también, que una de las calles que cortaba aquel pasaje era Jorge L Borges. Pensé que todo eso podía ser una trampa. Que esa especie de laberinto en el cual me encontraba, era una trampa inconsciente del propio Borges. Después me reí de mi inocencia ya que estaba desvariando.

Me senté en un café y observé a la gente pasar: algunos con bolsas de shooping, otros a paso apurado, unos menos realizando alguna actividad física, muchos que pasaban en bicicleta. Buenos Aires tiene algo diferente a las demás ciudades: el ritmo de la gente al caminar no les permite jugar a ser un flâneur por un rato. Sin embargo no les hace falta: cada tres pasos, la realidad va cambiando de disfraz.

No sé en que momento fue que pagué y retomé mi paseo por ese barrio esperando agotar al tiempo para encontrarme con mi amigo. Pero de repente me encontré nuevamente en ese pasaje que parecía invitarme a develar un secreto. Lo atravesé con la mirada fija en el otro extremo. Cuando llegué, nada había sucedido. La realidad se había desplazado solo unos centímetros. Sin dudas la culpa era de Borges.

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